Las fiestas de la Cruz pasaron pronto a la calle
cristianizando los mayos y aun conservan generalmente esa escenografía. La festividad del Corpus sin embargo mantuvo durante mucho tiempo esa
seña de identidad marcadamente festiva que algunos atribuyen a una
interpretación literal de lo que el papa Urbano IV,
en 1264, recomendaba en la bula en la que la instituyó: "Cante la fe,
dance la esperanza, salte de gozo la caridad". Y así fue cómo, al
tiempo que se empezaron a engalanar y alfombrarse de flores e hierbas
aromáticas las calles por donde había de discurrir la procesión (costumbre que
actualmente se mantiene), se asociaron a la festividad litúrgica una serie de curiosas
diversiones populares como las
tarascas, los carros sacramentales y las danzas en las que alegóricamente los vicios humanos,
representados en forma grotesca mediante enanos, gigantes, águilas, serpientes, dragones, diablos, etc., se veían atacados y dominados por las
virtudes cristianas.
El personaje más popular de todos ellos fue La Tarasca, que tiene su origen en el dragón que fue
dominado por Santa Marta en la región francesa de Tarascón: cuando se disponía
a devorar a la santa, esta hizo la señal de la cruz, le roció con agua bendita
y la bestia se amansó. La tarasca formaba parte del cortejo eucarístico del
Corpus como símbolo del paganismo que es evangelizado. A ella se unieron otros
personajes populares como "el
tarasquillo", que gastaba bromas a los espectadores y arrebataba las
caperuzas a los distraídos; las "mojarillas", que era una pandilla de
niños vestidos de diablillos y portadores de vejigas hinchadas con las que
propinaban golpes al público; o los "moharracho" o "mamarracho".
Dichos personajes seguían a los gigantes, que, en la catedral y en otros
lugares, bailaban una danza que llevaba su nombre. "Cosa muy asentada es, por costumbre
universal destos reinos de la Corona de Castilla -decían las Constituciones
Sinodales de Sevilla de 1604-, que la fiesta propia del Santísimo Sacramento
o Corpus Christi se celebre con gran solemnidad y regocijos exteriores de
representaciones, danzas y otras cosas".
De andar por las calles en las vísperas del Corpus, las tarascas pasaron a formar parte del propio cortejo
procesional, puestas en grandes carros rodantes al principio del mismo.
La gente se divertía tanto con ellas que, al pasar el Santísimo, quedaba poco
lugar para la devoción. Incluso muchos preferían ir siguiéndolas todo el tiempo.
Estos espectáculos,
bailes y danzas ya fueron prohibidos por el Consejo de Castilla en 1533. Cuenta
Romualdo de Gelo que a finales del siglo XVII, el obispo aragonés, Jaime Palafox y Cardona, que, llegado a Sevilla
desde una tierra tan diferente, no entendió el espíritu de la ciudad, pasó su
pontificado de pleito en pleito con los Cabildos eclesiástico y secular para impedir
todas estas manifestaciones, hasta que por fin consiguió en 1695 una Cédula
firmada por el Presidente del Consejo Real de Carlos II, que prohibía la
entrada en el templo de las danzas y tarascas y la participación en la
procesión.
El 12 de mayo de 1699
firmaba este monarca otra Real Cédula estableciendo que sólo los hombres
formarían en las danzas; que no llevarían velos, ni mascarillas, ni sombreros
delante del Santísimo Sacramento, sino guirnaldas o coronas de flores; que
podrían bailar en la iglesia, pero no durante la misa u horas canónicas y en
otros lugares que no fueran el presbiterio o el coro.
El 20 de febrero de 1777 Carlos III dictaba una
pragmática, exhortando a los obispos a que no permitieran “espectáculos que no
sirven de edificación y pueden servir a la indevoción y al desorden en las
procesiones de semana santa, Cruz de mayo, rogativas, ni en otras algunas” y
encarecía que las fiestas y procesiones finalizaran “antes de ponerse el sol,
para evitar los inconvenientes que pueden resultar de lo contrario”.
Fue el mismo Carlos III quien por Real Pragmática el 21 de junio de
1780, dispuso definitivamente que "...
en ninguna Iglesia de estos mis Reinos, sea Catedral, Parroquial, o Regular,
haya en adelante tales danzas, ni gigantones, sino que cese del todo esta
práctica en las procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conviene
a la gravedad y decoro que en ellas se requiere".
De
aquellas costumbres han quedado actualmente algunos vestigios: los “seises”,
que cantan y bailan ante el Santísimo en la festividad del Corpus, por ejemplo,
en Sevilla, o la “tarasca”, que sigue saliendo en procesión, en Granada.