EL REY FERNANDO VII REESTABLECE Y JURA LA CONSTITUCIÓN (8 MARZO 1820)

El rey Fernando VII había regresado a España el 14 de Marzo de 1814, después de llegar a un tipo de acuerdo con Napoleón, y los “constitucionalistas”, las Cortes que en Cádiz habían redactado la Constitución de 1812, llamada cariñosamente “La Pepa” por haberse promulgado el día de san José, indicaron al Rey no sólo el camino que debía recorrer para llegar a Madrid sino que "no se reconocería por libre al Rey, ni por tanto, se le prestaría obediencia hasta que [...] preste el juramento prescrito por el artículo 173 de la Constitución".
            Fernando VII se negó a seguir el camino que le habían marcado y entró en Valencia el día 16 donde le esperaba un comisionado de los constitucionalistas con el texto que debía reconocer y firmar y un diputado absolutista con un manifiesto firmado por otros 69. Era el llamado “Manifiesto de los Persas” (del que abajo se incluye el comienzo y final) en el que se censuraba la tarea de las Cortes de Cádiz y se promovía la monarquía absolutista, de origen divino. (El manifiesto se imprimió a expensas del propio Rey y fue publicado con una real orden para que se mostraran “los vicios y nulidades de la llamada Constitución política...”). El 17 de abril el general Elío animó al rey a recobrar sus derechos anteriores y puso las tropas a su disposición, en lo que algunos historiadores consideran el primer golpe militar de la historia de España.

            El Rey, mientras hacía promesas, no sinceras, de reforma, firmó varias disposiciones, al principio guardadas en secreto, aboliendo la Constitución, disolviendo las Cortes y ordenando la prisión de los diputados liberales, mientras éstos, los constitucionalistas, por ingenuidad o por torpeza actuaban engañados con actuaciones como ir a recibir al rey en su camino a Madrid y, al no ser recibidos, integrarse en la comitiva real llegando incluso a prepararle la entrada en Madrid.
            Pero Fernando implantó un régimen absolutista y represivo y, a pesar de que había prometido respetar a los afrancesados, nada más llegar procedió a desterrar a todos aquellos que habían ocupado cargos de cualquier tipo en la administración de José I. Y desaparecieron la prensa libre, las diputaciones y ayuntamientos constitucionales y se cerraron las Universidades. Se restableció la organización gremial, se reinstauró la Inquisición y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia.
            
            Durante el período descrito anteriormente hubo varias insurrecciones tratando de que el régimen volviese al constitucionalismo pero en enero de 1820 estalló una sublevación de alguna manera definitiva entre las fuerzas expedicionarias que debían partir para América para garantizar la permanencia de las colonias en manos de España. Y aunque este pronunciamiento, encabezado por Rafael de Riego (de cuyo apellido tomó el nombre el himno así llamado), no tuvo el éxito necesario, el gobierno tampoco fue capaz de sofocarlo y poco después una sucesión de sublevaciones comenzó en Galicia y se extendió por toda España. Unos motines en Madrid acabaron por desconcertar al rey, que se vio obligado a jurar la constitución con la histórica frase: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Comenzó así el Trienio liberal o  Constitucional.
            Se propusieron medidas en contra del absolutismo y se suprimen la Inquisición y los señoríos. Sin embargo, aunque el rey aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba secretamente, especialmente en el extranjero para restablecer el absolutismo. Hasta que penetróo en España un ejército francés (octubre de 1823), con el nombre de los Cien mil Hijos de san Luís, que reestableció la monarquía absoluta en España y modificó todas las decisiones del Trienio Liberal, con la única excepción de la supresión de la Inquisición.
  
            Se inició así su última época de reinado, la llamada “Década Ominosa de 1823-1833” (ominoso es un término poco empleado actualmente que significa “azaroso, de mal agüero, abominable, que ha de evitarse”) en la que, además de consumarse la práctica desaparición del imperio español con la independencia de casi toda América, se produjo una durísima represión de los elementos liberales, acompañada del cierre de periódicos y universidades mientras que al tiempo que se registraron levantamientos instigados por el clero y por los partidarios de su hermano, ante la falta de heredero varón y que dieron lugar a las guerras carlistas. (De los problemas y las decisiones sobre su sucesión se ha hablado en esta misma serie el día 4 de Enero).

            A Fernando VII, que reinó en 1808 y luego prácticamente desde 1813 hasta 1833, en su día señalado como “El Deseado” por encontrarse en Francia como prisionero de Napoleón (una situación que requeriría una explicación más extensa) se le ha llamado el Rey Felón. Y aunque pocos monarcas disfrutaron de tanta confianza y popularidad al principio de su reinado, pronto se reveló como uno de los que menos satisfizo los deseos de sus súbditos, que lo consideraron sin escrúpulos, vengativo y traicionero. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó en buena medida a su propia supervivencia.
            Por eso de él se ha hecho un juicio unánimemente culpable y se le han adjudicado toda clase de valoraciones acusadoras. No es posible encontrar un texto o una opinión de un historiador, conservador o progresista, de derechas o de izquierdas, que no lo trate de manera negativa.